¿Qué encontrará quien se adentre en estos textos de Adaslair MacIntyre sobre educación? Ante todo, una crítica acerada que le va a remover, sin componendas, llamando a las cosas por su nombre. Pero luego, también, una esperanza. No será una seguridad inmediata, porque para MacIntyre los profesores y los educadores que se toman en serio su tarea son como un “escuadrón suicida”, lanzados a una “misión imposible”. Se tratará más bien de una esperanza honda, radicada en la tradición, en las virtudes, en el deseo de una vida buena, en el afán de conocer y pensar.
Una prueba para un colegio o instituto o universidad es preguntar qué libro están leyendo sus antiguos alumnos cinco, diez y veinte años después de haberse graduado. Desde este punto de vista, a las instituciones educativas de la modernidad avanzada no les va bien. En líneas generales solamente permanece en sus graduados lo que alimenta su vida laboral profesionalizada y especializada. El resto de la educación se ha convertido en algo para dejar atrás de manera que tenemos individuos y grupos muy bien educados que, sin embargo, carecen de la base común de un público educado; individuos cuyo conocimiento del mundo es aportado por citas de información de los medios de comunicación. Hay por supuesto excepciones, islas de esperanza, colegios que no han sucumbido, lugares de trabajo que no han sucumbido, periodistas que no han sucumbido. Pero ¡qué escasos son!” (Alasdayr MacIntyre).