No deja de resultar sorprendente que la teología dogmática haya relegado la reflexión sobre las cosas últimas al final de la historia y también del curso teológico. Sin embargo, los primeros cristianos entendían que su existencia era intrínsecamente escatológica, de modo que la meta a la que aspiraban estaba actuando ya sobre su presente y su pasado.
La perspectiva escatológica se revela, entonces, como la clave de bóveda del pensamiento cristiano. Así, a su luz se entienden la creación, al hombre, a Dios, al Hijo enviado a esta tierra, al Espíritu dador de vida, a la Iglesia.
Este giro copernicano tiene su lugar natal en la celebración litúrgica. En ella los seguidores de Jesús descubren su identidad más profunda y el sentido de su existencia al anticipar celebrativamente la presencia actuante del Señor resucitado.